La improbable existencia de los buenos en silencio



Hay una clase de personas, diseminada por el ancho mundo que es distinta del resto.

La antedicha frase, por sí sola y llanamente, no señalaría ningún descubrimiento. Está demasiado claro que los seres humanos no son todos iguales sino que, por el contrario, son todos distintos, y no es difícil agrupar a algunos de ellos que comparten cierta característica -sea cual fuere ésta- que los diferencie de los otros. Pero lo que diferencia a esta clase distinta de las demás clases distintas es que ésta no muestra ninguna -hágase válida la redundancia- diferencia. Son distintos pero no se sabe.


Me estoy refiriendo, y ya está bien de preámbulos, a los “buenos en silencio”, a los buenos que la juegan de callado. Hombres y mujeres de ambos sexos y cualquier nacionalidad no son ni más ni menos sino tan buenos como cualquier otro tipo bueno, pero que no hacen ningún hincapié en ello. Tan de callado la juegan que ni siquiera ellos mismos tienen la seguridad de que son buenos; sólo lo son.

(A esta altura de la nota es interesante abrir un paréntesis como el que precede a este párrafo para intentar definir la palabra “bueno”, cuestión de no razonar sobre supuestos. Según el “Diccionario Enciclopédico Salvat de la Lengua Española”, “bueno” es, en la primera acepción de la palabra el “que tiene bondad en su género”. Es obvio que se hace necesario ahora definir “bondad”. De acuerdo con el mismo diccionario, “bondad” es, en la primera acepción, la “calidad de bueno”. Esclarecedor. La segunda acepción dice algo más, aunque no mucho: “Natural inclinación a hacer el bien”. Se torna evidente que los que escribieron el Salvat tampoco sabían cómo definir la palabra “bueno”. Pero, acabáramos, no es el propósito de esta nota definir “bueno” sino hablar de ellos, por lo tanto, y sólo para aclarar un poco el asunto de quienes son buenos y quienes no, convendremos lo siguiente: buenos son, por ejemplo, “El Ejecutivo” o “El Caballero Rojo”, en contraposición a “El mercenario Joe” o “Ararat”, que son decididamente malos.)

Volviendo a los buenos en silencio, para caracterizarlos un tanto diferenciándolos de los buenos demostrativos, diría que son aquellos que cuando rompen accidentalmente una taza no se deshacen en disculpas antes de ir a buscar al “service de tazas”, solamente lo van a buscar. Del mismo modo, si alguna vez arreglan una taza no avisan que la arreglaron, sólo la ponen en su sitio. No es mi intención relacionar la bondad con las tazas, es nada más un ejemplo.

Es posible comprobar la existencia de estos seres. No hay nada que los delate. Ser ignotos es su principal característica y no hay modo en que la pierdan. Nadie conoce a ningún bueno en silencio y si alguien cree conocer alguno está equivocado porque ese alguno no lo es.

Si Ud. cree ser bueno en silencio, lamento, querido amigo, informarle cuán errado está: muy errado. Y si no lo cree, entonces puede ser que lo sea. Pero no tenga muchas esperanzas, que es lo mejor que puede hacer para serlo. O sea que no lo haga. Tenga esperanzas. Pero no. Sí. No. No sé si soy claro.

Juan Carlos Tejedor

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